Asmodeo, diablo, demonio, Belcebú, el Ángel Caído, el Oscuro, Lucifer, Luzbel, diablo, son algunos de los nombres que la maldad tiene en el reino de los hombres y en algunos otros lugares más. El diplomático, coleccionista, investigador y humanista Salvador Bofarull acaba de editar uno de sus más increíbles trabajos, que arrancan en la inspiración de una anécdota infantil con la que comienza el libro. La figura del demonio no es solo posible para los creyentes, la mayor parte de las personas viven en su conciencia la figura del bien y del mal, y dentro de ella habita, personificada, la estampa de un ser que equivoca nuestros instintos y nos conduce, a menudo, por el "mal camino". ¿Para qué? Pues eso es lo que intenta desvelarnos el investigador y académico Salvador Bofarull, una de las personas más instruidas y cultas con las que uno pueda encontrarse. Bofarull arranca su trabajo con una anécdota infantil: una vez que él estuvo enfermo de niño, y mientras sus padres almorzaban unas sardinas en el salón-comedor, el demonio se le apareció. Tenía la figura de un niño, y le sonrió al pasar. Salvador, niño, se levantó incómodo de la cama y acudió al salón, aunque nunca jamás contó nada de lo ocurrido a su familia. La obra de Bofarull es un apasionante trabajo didáctico e ilustrado que va desgranando los múltiples nombres, facetas y símbolos de Satán, cuyo origen se remonta a la noche de los tiempos, pues ya en el Paleolítico el hombre concibe a las fuerzas de la naturaleza como un universo demoníaco; cree en unos espíritus buenos, que le ayudan a cazar y en unos espíritus malvados que ordenan toda clase de calamidades como epidemias o catástrofes naturales.
